po desmesurado delante del televisor. Sin duda, estas preguntas suscitan cuestiones graves para la Primera Enmienda. Tenemos que estar dispuestos a dejarnos persuadir en estos asuntos pero me parece acertado decir que nuestra jurisprudencia, y la larga tradición de proteger la libertad de expresión del ataque cultural, imponen una pesada carga a los que abogan por clasificar las expresiones en diversos niveles. Cualquier desvío importante de la legislación actual presentaría peligros fundamentales para la libertad de una sociedad moderna. Uno de los temas más debatidos y discutidos en la actualidad es si otras naciones de nuestro hemisferio, o de Europa o Asia, están preparadas para adoptar un sistema unitario en materia de libertad de expresión, o si les conviene adoptar en cambio un sistema de dos o varias categorías que brinde menos protección a la expresión no política. En nuestro país, la propuesta de establecer un sistema de dos categorías sería recibida con gran nerviosismo.
Una vez dicho todo esto, sigue siendo necesario explicar la justificación filosófica de esa protección tan general que concedemos a la expresión apolítica. La única justificación que he dado hasta ahora se refiere a la necesidad de apertura en el sistema político. Queda por explicar por qué la expresión libre y vigorosa es un derecho fundamental aun cuando no haya cuestiones políticas en juego. Que la libertad de expresión abarque todas las manifestaciones de la palabra significa que no sólo se basa en la garantía estructural de la que he hablado. Para insistir en proteger la expresión apolítica, hay que aducir una justificación apolítica. Esto me lleva a la segunda y tercera justificaciones filosóficas de la libertad de expresión.
La teoría mercantil de las ideas representa la segunda justificación de la libertad de expresión. Esa tesis, que ustedes conocen bien, dice que la mejor manera de valorar una idea, una declaración o una opinión, en realidad, la única manera de valorarla, consiste en que se permita su expresión sin restricciones. Confiamos en una idea cuando es capaz de competir con cualquier otra que pudiere oponérsele. Reconocemos que toda idea incapaz de competir es falsa. Toleramos lo absurdo para poder buscar lo racional; consentimos con lo odioso porque confiamos en que las opiniones a las que aspira nuestro mejor carácter prevalecerán en el diálogo libre y abierto.
Empleamos el mercado del libre debate, en lugar del Estado, para eliminar las ideas falsas, a fin de que la mayoría no sienta la tentación de hacer uso del poder oficial para sofocar las expresiones impopula
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Año: 1993, CSJN Fallos: 316:2298
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