siva, es por sí sola fundamento vivo del respeto y el acatamiento a que acabo de referirme. Las dos palabras —respeto y acatamiento— aluden a una inclinación o disposición espiritual que no proviene sólo de un discernimiento de la inteli gencia respecto a lo que debe ser acatado, sino de una completa experiencia respecto a las cualidades de una actuación. No se trata, pues, tanto de una evidencia cuanto de una vivencia; no de la autoridad que el Juez recibe y con la que es investido al asumir el cargo, sino de la que ha de ser Juego obra suya, del reconocimiento que para esa autoridad recibida tiene que conquistar, El juez es el legislador del caso que le está sometido. Por más que ese acto suyo, innegablemente normativo, esté subordinado a la ley que ha de aplicar, la aplicación no puede consistir sólo en remitirse a ella, pues la singularidad de cada caso es absoluta. Y como en esa singularidad está aquello sobre lo cual tiene que recaer concretamente el acto de justicia, hay un extremo de la decisión del juez que debe comunicar no ya con el texto de la ley, en cuya generalidad no está la particularidad juzgada, ni sólo con la intención del legislador en el caso especial de la ley aplicable, sino con esa superior intención o finalidad de justicia, con ese propósito genérico de afianzar la preeminencia del bien común que es la más honda vertiente de donde proviene la autoridad de las leyes. Pues ley del canso va a ser la sentencia, y de lo que hay en ella de regulación sineularísima será intransferiblemente responsable el juez y no la ley que aplique. Por lo cual para el concreto afianzamiento de su autoridad no basta la sujeción a las leyes; fidelidad tiene que estar incluída en una fidelidad más alta. .
Es verdad que la más inmediata inspiración de su voluntad de justicia la reciben los jueces de las leyes. Por eso la sujeción a la ley es en ellos virtud tan primordial y por eso tienen también las leyes tan grande responsabilidad en orden a la existencia de buena justicia. Cuando la prudencia legislativa dota a una comunidad con sobria lucidez, de leyes que sean para ésta como una columna vertebral porque scan la realización positiva del orden natural en ella, de leyes que muevan espontáneamente a la obediencia como un consejo paterno, y cuya virtud tutelar salga al encuentro de quienes sientan la tentación de violarlas como a Sócrates las leyes de Atenas cuando los amigos le instaban a huir de la prisión, que sean normas, pero también, cuando es preciso, armas, hacedoras, en fin del bien común, dignas de ser amadas como la Patria de la que deben ser espejo, esas leyes serán también,
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Año: 1949, CSJN Fallos: 213:10
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