- Quien profiere blasfemias. Hoy día, la pena mayor del blasfemo es la mala educación que demuestra, y el mal gusto de paladear los vocablos que pronuncia. Se ha observado con ingenio que el blasfemo, contra su propósito quizás, e incurriendo en un contrasentido evidente, maldice, contra las reglas de la higiene, a un Dios que quiere negar; pero que afirma y reconoce, sola manera de que tenga eficacia su insolencia; porque, si no, el agravio iría dirigido a la nada, falto de sujeto a quien dirigirse.
Frente a la tenue penalidad actual de la blasfemia (v.e.v.), en antiguas épocas de intransigencia religiosa y severidad de las penas canónicas, aceptadas por el poder civil, la situación era tan distinta, que, en la Part. VII, tít. XXVIII, ley 4 el blasfemo contra Dios o la Virgen perdía, la primera vez, la cuarta parte de sus bienes; la segunda, un tercio; la tercera, una mitad; y a la cuarta era desterrado. Si no tenía bienes, la primera vez recibía 5U azotes; la segunda era marcado con hierro ardiente en los labios; y a la nueva reincidencia, se le cortaba la lengua. A veces, esta última pena se cambiaba por la mordaza: que consistía en atarle la lengua a un palo o hierro.
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