trar una fórmula de conciliación, si no del todo satisfactoria, incomparablemente mejor que las soluciones provenientes de los métodos de la violencia.
Esta juridicidad está gravemente desquiciada por causas conocidas, que ahora sería inoportuno mencionar. Los hombres han perdido su fe en el derecho, la ley está desprestigiada y hay una visible revalidación de la fuerza como instrumento de solueión de los conflictos internacionales e individuales. Un sectarismo intolerante, en todos los órdenes fundamentales de la vida, separa violentamente a los hombres y los reagrupa en efreulos cerrados y hostiles: la humanidad está rota en bloques antagónicos y las unidades nacionales, en su mayor parte, están asimismo rotas en partidos irreconciliables. Y a nadie se permite quedar apartado, ni al sacerdote, ni al artista, ni al filósofo ni al hombre de ciencia. A estos mismos estrados, en todas partes del orbe, llegan voces apremiantes que reclaman a los jueces que salgan de su sacrificada austeridad y se unan a los combatientes, como si la justicia, sin dejar de serlo, consintiera adjetivos limitadores y pudiera ser justicia de elase o de partido.
No será tarea fácil, por cierto, ordenar de nuevo las relaciones humanas, y acaso no esté deparado a las generaciones actuales lograr esa ordenación cabal.
Pero sí ineumbe a todos los hombres de ahora la ardua Inbor preparatoria de la pacificación de los espíritus y de la restauración en las conciencias de los principios morales y jurídicos que hacen digna la vida del hombre, La violencia es a veces necesaria para remover obstáculos de otro modo insalvables, pero no puede constituir un sistema adecuado para gobernar a seres que son, no solamente naturaleza, sino también y sobre todo espíritu, es decir, libertad y responsabilidad.
Os agradecemos profundamente, Excelentísimos Señores, el alto honor y el vivo gozo que proporcionáis a los jueces argentinos con vuestra visita a esta Casa.
Es también un hermoso augurio que quienes representan al pueblo y'a los poderes políticos de los Estados, se acerquen a estimular con su simpatía a hombres que, en el silencio de sus gabinetes y casi en el anónimo de una labor pesada y difícil, se esfuerzan por dirimir con justicia las contiendas de los ciudadanos, aplicando la ley con lealtad y con rectitud, sin jactancias y sin miedo. Os retribuímos calurosamente esa generosa simpatía y hacemos fervientes votos por que vuestros pueblos, vuestros gobiernos y vuestros jueces, unidos indisolublemente, den a las naciones y al mundo esa pura e inefable paz que se logra mejor con la aceptación voluntaria de los deberes propios que con la enconada negación de los derechos ajenos.
Muchas gracias, Excelentísimos Señores. :
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Año: 1958, CSJN Fallos: 240:261
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